“Recientemente una vecina sufrió violencia doméstica. Como todos los episodios de este mal, fue un escándalo y fue doloroso para ella y sus hijos, un chico de diez años y un bebé de cinco meses”, escribe la periodista Latinoamericana Carmen Rodríguez para la Opinión.
Sin embargo, a pesar del sufrimiento que la mujer y sus hijos, sufrieron a manos del esposo, también el sistema judicial de Washington DC, vuelve a victimizarlos únicamente por no hablar inglés, de acuerdo al artículo de junio 30.
Rodríguez explica que viene de un país donde cuatro mujeres son desaparecidas diariamente, ya sea por violencia de genero o por violencia doméstica. Pero, le sorprende que aun en este país donde debería de haber mejor seguimiento de las autoridades para proteger a las víctimas, la información proveída no está en el idioma de las víctimas.
Añade Rodríguez que la falta de información en el lenguaje de los lastimados, les infringe daños adicionales, provocándoles tensión nerviosa innecesaria en vez de paz y tranquilidad.
Tras el arribo de la policía, el asunto del lenguaje entorpeció el dialogo entre la víctima, el agresor y los oficiales de la ley; al grado que el agresor se quedó dentro del apartamento.
Gracias a que un policía entendía un poco de español, ayudándose con el sistema traductor de su celular pudo entender la situación, llevando a la señora y sus dos hijos a un hotel y no recibieran agresiones más serias, explica Rodríguez.
El resultado fue que la mujer tuvo que ir al hotel sin comida, ni ropa y sin leche para su bebé de cinco meses, porque como la falta de comunicación con el agresor impidió a los policías entender claramente, no pudieron obligarlo a abrir la puerta, según el reporte en la Opinión.
Al día siguiente, parecía que todo cambiaría después que el juez dictaminara que el marido ofensor debería desalojar el apartamento para que la mujer regresara a vivir ahí junto con sus hijos. Lamentablemente no fue así pues por falta del idioma la vecina no supo quién lo sacaría o ejecutaría la orden; y el hombre continuó sin salir desde el día del reporte del incidente, escribe Rodríguez en la Opinión.
“Cómo víctima de violencia de género, me puse en sus zapatos, supe por lo que ella estaba pasando porque yo también pasé por eso”, enfatiza la autora del artículo en la Opinión. “Supe, que el impacto de un episodio de violencia doméstica es mayor cuando una mujer está en un país que no es el suyo, lejos de su familia y sintiéndose sola, porque al igual que en Latinoamérica pocos vecinos se solidarizaron con lo que sucedía”.
Gracias a una trabajadora social diligente y que hablaba español, el calvario de dos días terribles para las víctimas de violencia domestica llegaba a su fin. Pues la ayuda de la iglesia, vecinos y amigos, fue muy generosa y pudo comprar leche para el bebé y ropa para ella y su hijo de diez años.
Para concluir la reportera Rodríguez expresa la pena que le causa saber que en Estados Unidos también se ha arraigado la violencia de género; pues la violencia machista que le afectó a ella de forma personal en su país, les está afectando a las mujeres de las comunidades latinas del Distrito de Columbia [DC].
“Lo más triste es ver cómo la ausencia del idioma inglés contribuye a la re-victimización de las mujeres latinas que sufren violencia doméstica en Estados Unidos”, concluye Carmen Rodríguez.