Estas dos tierras del norte del continente, ahora conocidas como Estados Unidos y México, han tenido una historia estrecha desde mucho antes de la colonización; en ese entonces, tierras que no estaban labradas por muros sino por lazos sanguíneos. Ahora, tierras separadas; tierras peleadas; aunque tierras amadas, al fin y al cabo.
No obstante, aquellos quienes inicialmente habitaban aquí, marcaron una pauta en la migración y la identidad chicana y paisa: unión, cultura y raíces. De una frontera a la otra, el corredor migratorio plantó sus cepas: Mexicanos cruzando el norte y mexicanos viviendo donde siempre habían vivido. Mexicanos luchando por su cultura, tradición, dignidad y derechos humanos y civiles.
Hemos visto a César Chávez levantar la voz por los campesinos hispanos. A Juan Felipe Herrera luchar por las comunidades indígenas y migrantes, en sus poemas y en su activismo. A Sylvia Méndez exigir acceso educativo equitativo por los estudiantes hispanos. A Rodolfo “Corky” Gonzáles organizar a los mexicanoamericanos para demandar el derecho al voto y la sindicalización. A Dolores Huerta gritar “sí se puede”. A cientos de activistas y luchadores sociales hispanos que no se han callado ante el abuso, el robo y segregación de nuestra cultura en estas tierras del norte.
Y cada día somos más quienes venimos de “abajo del Rio Bravo”: desde Centroamérica hasta el desierto, año tras año, cientos de miles de migrantes se dan a la dolorosa, difícil y arriesgada labor de buscar un futuro mejor para ellos y sus familias. Un futuro incierto pero prometedor. Un futuro que muchos hemos luchado con el sudor de nuestras frentes y el cansancio de nuestras manos. Un futuro en tierras que tienen sabor latino.
A ti, hermano migrante, te toca seguir luchando por todos nosotros. La lucha por la paz y la igualdad.