La reintegración a la sociedad implica asumir tu propia responsabilidad.
A los 17 años no podía imaginar que algún día saldría libre de la prisión a la que entré en 2001. Había intentado asesinar a alguien y la consecuencia fue una sentencia de cadena perpetua en el Departamento Correccional de California. Aunque estaba arrepentido, tenía que pagar por el daño social que causé.
Después de casi 19 años de estar confinado en un lugar con tantas limitaciones, mi ansiedad crecía en la medida que la libertad se aproximaba. Aunque por años anhelé estar libre, las emociones se acumulaban y me era difícil expresarlas. Sin embargo, nada dentro de la prisión me preparó para la novedad de estar verdaderamente libre.
Los primeros días vivía en la incredulidad, porque la libertad aún me parecía un sueño. Tenía miedo de
despertar en la celda otra vez. Todo me sorprendía porque es como si hubiera entrado a un mundo nuevo. Pero pronto reconocí que no fue el mundo el que cambió, sino yo. En el transcurso del encarcelamiento pasé de ser el adolescente que entró a la prisión a un hombre adulto con experiencia y más.
El mundo que yo conocía antes era muy pequeño, porque no podía ver las oportunidades que existían, de cierta manera mi madre tenía razón; me ahogaba en un vaso de agua porque me enfoque en los problemas inmediatos en lugar de pensar en las opciones. Pero cuando dejé la prisión, salí dispuesto a ver las oportunidades.
La ansiedad que tenía dentro de la prisión era ocasionada por saber de presos que habían salido y fracasado. Contaban historias de luchas insuperables, de obstáculos y tropiezos del sistema para hacernos fracasar. Tuve momentos en los cuales me creía los cuentos de los que regresaban por infracciones o nuevos casos, pero cada mente es su propio mundo.
Al salir pronto descubrí que hay varios programas y recursos para ayudarle a uno a encontrar trabajo, comida y un hogar. También me di cuenta que muchos no aprovechan los servicios que existen porque los desconocen, o porque no quieren.
En cuanto salí me puse a buscar e identificar los recursos más cercanos y gratuitos que había a mi disposición. Por ejemplo, al segundo día ya tenía mi tarjeta para la biblioteca pública porque me encanta leer. En la biblioteca descubrí que hay clases de computación, acceso gratis al internet y bastantes otras cosas más que libros.
También me informé dónde podía conseguir comida gratis, cómo funciona el transporte público y cuál era el colegio más cercano a mi. Ya que tenía lo básico y un conocimiento general del área en la que vivo, me involucré en servicio comunitario. Comencé de voluntario con una organización dedicada a ayudar a los desafortunados en la sociedad. Primero distribuí alimentos en los vecindarios, después comencé a manejar un camión para recoger alimentos y por fin me dieron la tarea de ayudar a atraer más gente de la comunidad.
Una de las cosas más desafortunadas es que la gente se puede imponer a recibir ayuda, hay algunos que desgraciadamente desarrollaron una dependencia de las organizaciones y creen que solo existen para cumplirles sus caprichos. Aunque los servicios existen para ayudar a uno, no son para aprovecharse de ellos o para que lo mantengan a uno de por vida.
Creo que mi jornada ha sido menos difícil que la de otros porque tome la responsabilidad por mi propio bienestar y utilice los recursos que necesitaba para estabilizarme, en lugar de esperar a que me mantuviera el gobierno. Eso ha hecho la diferencia.