Hasta hace algunos años, el comienzo de una sentencia de cadena perpetua parecía ser el fin para muchos prisioneros, hasta que los cambios en las leyes abrieron esperanza para muchos de ellos y les permitieron iniciar un proceso de rehabilitación.
En décadas pasadas muchos presos sentenciados a cadena perpetua tenían que iniciar sus sentencias en los niveles de máxima seguridad. Estos niveles no contaban con ningún tipo de programas de rehabilitación que los ayudaran a mantenerse ocupados y trabajando para mejorar su vida.
Daniel López, un inmigrante mexicano, recibió una sentencia de 33 años a vida con posibilidad de salir en libertad condicional. En una entrevista con SQNews, López comentó,“fui sentenciado por un doble homicidio en segundo grado. Y cuando trate de apelar mi caso, todas mis peticiones fueron denegadas”.
López cuenta haber llegado a una prisión de máxima seguridad en Delano, California. Dice que en esa prisión “solamente tenía dos horas al día de recreación, después ir a cenar, y finalmente pasaba el resto del día encerrado en una celda sin nada que hacer”.
Además de estas restricciones por parte de las autoridades penitenciarias, los prisioneros tenían que lidiar con otro tipo de reglas, como eran las políticas de los grupos étnicos que controlan las prisiones. “No podíamos socializar con otros prisioneros. Y si lo hacías, las consecuencias eran graves, además de que los individuos que controlaban la prisión, tenían reglas bien claras en cuanto a socializar con prisioneros de otras razas, y esto te hacía volverte más violento”, dijo López.
Las consecuencias por adoptar ese tipo de comportamiento, como es el odio racial, se traducen muchas veces en falta de empatía. También ese comportamiento puede traer problemas más serios.“Cuando te encuentras frente a los psicólogos para tu evaluación psicológica y tratas de ser lo más honesto posible, éstos te tratan de antisocial, sin tomar en cuenta que estas experiencias son en realidad un trauma”, agregó López.
Las experiencias diarias a las que se enfrentan los prisioneros, especialmente los que no entienden el idioma inglés, son verdaderamente traumáticas. Por lo general esos presos no encuentran la ayuda que necesitan ya que el sistema carcelario no reconoce el tema de la violencia como un problema psicológico sino como un problema de comportamiento. De ahí la falta de programas de rehabilitación para el individuo. “Trata a una persona como una persona violenta y lo volverás más violento de lo que es”, expresó López.
López arribó a la prisión de San Quentin en el 2015. Dijo que al principio le “fue muy difícil adaptarse”, sobre todo porque no estaba acostumbrado a ver tanta gente que viene de voluntaria a la prisión.
“Muchas veces me preguntaba ¿qué hace tanta gente aquí? Luego me di cuenta que eran voluntarios en los programas de auto ayuda”, añadió López.
López empezó a participar en varios programas de auto ayuda, como Guiding Rage Into Power, Alcohólicos Anónimos, Narcóticos Anónimos, Manejo de Ira, y otros. “Estos programas me han ayudado asentir empatía por los demás, a ser más sociable, y a enfocarme mas en mi educación”, dijo López.
Los programas de rehabilitación sirven no solo para dar a los prisioneros un poco de esperanza de poder encontrar su libertad. “Nos sirve para poder sentirnos más humanos, y también para [si es que salimos] ser mejores personas y mejores miembros de la comunidad a donde salgamos. Y yo quiero estar listo para cuando ese momento llegue”, agregó López.