En el estado de California muchos prisioneros perdieron la vida y otros apenas sobrevivieron la pesadilla de
haber sido infectados con el virus del COVID-19. Sobrevivir un ataque cardiaco y no poder respirar, hablar, caminar,
o pensar claro, cuando todo se les olvida a las víctimas del virus fatal.
“Cuando trataba de hablar se oía como que estaba ladrando un perro.” Dijo Aaron Martin de 53 años de edad, quien ha estado encarcelado por 31 años.
Los doctores le explicaron al señor Martin que la habilidad de hablar viene del lado izquierdo del cerebro y que él había perdido la habilidad de pronunciar sus palabras.
Según el Sr. Martin, los doctores piensan que el derrame cerebral que afectó su habilidad de hablar ocurrió el 23 de octubre del 2020, y que el segundo ataque cardiaco que sufrió dos días después, le paralizo la parte izquierda de su cuerpo.
Traumatizado por los efectos del COVID-19, Martin no podía dormir en la noche por el miedo de morir. Durante el día Martin se dormía mientras su compañero de celda lo cuidaba asegurándose de que él se encontrara bien.
Tras múltiples terapias físicas y de vocabulario, Martin sigue progresando en la jornada de recuperación, aprendiendo como caminar y hablar de nuevo, siendo un proceso intenso y acompasado.
Durante la pandemia en San Quentin, muchos otros prisioneros se encontraron en la oscuridad y no sabían
cómo protegerse de este virus letal.
Este terrible virus dejo sin vida a 28 prisioneros y a un sargento correccional.
“En lo alto de la pandemia, entre junio y agosto del 2020 fui hospitalizado en la ciudad de San Francisco dos ves,” dijo el Señor Otto Delcid de 66 años de edad y quien ha estado encarcelado por 16 años.
Durante una entrevista, Delcid manifiesto que él todavía está muy enfermo del pulmón derecho que le quedó
dañado por el virus y no funciona apropiadamente, también comentó que su memoria continúa afectada.
“Yo estaba bien preocupado, emocionalmente me sentía bien triste porque sentí que iba a morirme,” dijo Pablo Ramírez de 54 años de edad, y añadió, “no solo me afectó el sistema respiratorio pero me dio una gran fiebre con escalofríos y sudaba en la noches con dolores de huesos.”
Los hispanos que solo hablan el español se encontraron confundidos y aterrorizados al no poder comprender
la situación en la cual ellos se encontraban.
Durante la pandemia en la prisión de San Quentin, los doctores no sabían que hacer o como explicarles a los prisioneros hispanos, en su idioma, como cuidarse o evitar ser contaminados por el virus.
Los empleados de emergencias respondían a las alarmas de auxilio a todas horas del día, cuando el virus estaba más fuerte, acabando con las vidas indiscriminadamente.
“Hombre caído, Hombre caído,” gritaban los prisioneros declarando las emergencias de vida o muerte, cuando no podían respirar se quedaban sin oxígeno y con una tos incontenible.
La pandemia dejo muchos prisioneros hospitalizados en la comunidades locales donde fueron llevados, otros
fueron trasladados a la enfermería de la prisión y los que solo tenían síntomas leves del virus fueron trasladados
a la yarda adonde instalaron una gigantesca casa de campaña.
También en la casa de campaña, eran monitorizados por enfermeras y enfermeros tomándoles la temperatura y signos vitales con frecuencia.
“Algo que los doctores no van aceptar, son los síntomas que tuve en mis ojos; era una sensación que me quemaba, las lágrimas que derramaban mis ojos me impedían ver y me sentía mejor solo hasta que me los lavaba con jabón,” dijo Ramírez.
Prisioneros como Martín, Delcid y Ramírez, fueron seriamente afectados por el virus que los debilitó física y
emocionalmente dejándoles con problemas de memoria. Estas son cicatrices que pueden afectarles el resto de
sus vidas.
Muchos prisioneros continúan viviendo con el miedo de ser re-infectados con la nueva variante del COVID-19, conocida como Delta.
Después de estar 31 años encarcelado y sobrevivir dos ataques cardiacos que le paralizaron la parte izquierda
del cuerpo, el señor Martin fue liberado.
Desde el mes de julio de 2021 se encuentra ya en casa con su esposa y familia disfrutando la libertad y recibiendo
terapia y tratamiento médico para su recuperación.
No todos los prisioneros fueron tan afortunados en obtener su libertad condicional, otros como Delcid y Ramírez continúan encarcelados y viviendo un día a la vez esperando por esa oportunidad de algún día ser liberados y regresar con sus familiares mientras se recuperan de los efectos del COVID-19.